Los usos del lenguaje: ''terrorismo''.


En el día a día todo es lenguaje. Nos movemos en nuestro mundo, hablamos, pensamos, queremos, y todo ello lo hacemos en un medio, en un espacio que nos permite interactuar, tanto con los demás como con el entorno, ese medio, ese espacio, esa especie de red en la que nos movemos, es el lenguaje.

Todo lo que pensamos lo hacemos de una forma lingüística (se expresa en el lenguaje), y todo lo que pensamos es todo lo que somos. Es cierto que también sentimos, y que los sentimientos son difícilmente expresables lingüísticamente, pero no tendríamos conciencia de ellos sin pensamiento y por lo tanto nuestra experiencia de los mismos sería tan duradera como el sentimiento mismo. De modo que, efectivamente, el lenguaje es la barca en la que nos movemos en el océano de la realidad.

Las palabras configuran nuestra forma de ver el mundo. El lenguaje mismo, da forma a nuestra concepción del mismo, a lo que nos rodea, a nuestra circunstancia como diría Ortega y Gasset. Es pues, la vía de acceso al conocimiento de las cosas, de la realidad y de todo lo que está alrededor de nosotros (circum-me).

Es evidente que esta circunstancia se genera y mantiene día a día, y el lenguaje la configura. Decimos palabras, oímos frases, formulamos sentencias, recibimos órdenes... pero por sí mismas estas expresiones no son más que simples conjuntos de elementos, pequeños ''todos'' formados de pequeñas partes, pero a su vez todas forman parte de un todo mayor. Sin los significados de estas partes solo serían sonidos vacíos (flatus vocis).

Para el segundo Wittgenstein, lo que determinaba el significado de los términos no era ni su referencia ni una esencia intrínseca al vocablo mismo, ni, mucho menos, una aproximación a la verdad, al bien o a la perfección, sino el uso que ese concepto recibe en un contexto comunicativo adecuado.

Es lógico pensar, pues, que la forma en la que el lenguaje configure mi mundo será la forma que el mundo tendrá para mí, para el sujeto concreto. Es evidente que esta forma puede ser compartida, sobre todo entre personas con circunstancias semejantes: familiares, compatriotas, compañeros de profesión, etcétera.

El lenguaje es común a sus hablantes, pero por mera coincidencia. Del mismo modo que el mundo que habitamos es común para todos y cada uno de nosotros, al mismo tiempo es personal e intransferible por la forma en que afecta al yo, por cómo es interpretado y aprehendido, el lenguaje es una herramienta común con posee una dimensión personal ineludible.

En cualquier caso, esa herramienta común puede afectarnos de modos parecidos o idénticos. Igual que con el mundo exterior, si una roca nos golpea en la espalda todos notaremos ese impacto inmediato y probablemente sufriremos dolor, pero las consecuencias o lecturas de ese mismo hecho pueden diferir enormemente de uno a otro. Lo importante es que la conexión entre los sujetos se da en el lenguaje y de una manera común: la sociedad es dialéctica e intersubjetiva.

Aunque esto no es ningún misterio, y quienes lo tienen muy claro son los que aspiran a formar la opinión pública, la conciencia colectiva, el relato del nosotros y de lo que nos rodea. Y llegamos así al ejemplo práctico de cómo esto funciona:

Las palabras tienen significados. Son algo así como puertas que dan a esferas de la realidad, a distintas coordenadas de la misma. Cierta palabra puede ''abrir'' la ventana adecuada, pero también puede desviarse hacia las ventanas próximas, dando una visión más ''distorsionada''. Es, por lo tanto, vital el dominio del lenguaje para dominar el mundo que nos rodea. No una dominación física, algo similar a un control de la naturaleza; sino una dominación epistémica, un saber qué forma mi mundo. Si los significados y las palabras son asimiladas desde el exterior sin capacidad crítica alguna, sin ningún tipo de análisis, simplemente aceptadas y tragadas sin examen alguno, estas se acomodan en el interior de los sujetos conformando lo que va a ser su visión del mundo, su cosmovisión, su realidad, al fin y al cabo.

Esto lo estamos presenciando en la actualidad con una palabra concreta: ''terrorismo''.

En este país nuestro, el terrorismo ha sido una cuestión cotidiana durante muchos años. Si bien es cierto que en unas regiones más que en otras, toda España, en general, ha convivido con la amenaza de ETA, y con una definición clara de lo que era el ''terrorismo''. Esa palabra ha evocado, casi indistintamente, una serie de significados que coincidían en muchos sentidos independientemente de a quién se le preguntara: ''etarra''. Las palabras ''etarra'' y ''terrorista'' fueron durante muchos años casi sinónimos, y ambas, en tanto que sinónimos, abrían ventanas de la realidad muy próximas: significaban muerte, terror, bombas, asesinatos, secuestros...

Pero eso ha cambiado. La realidad ya no es la misma, la situación ha variado y los significados cambian con ellos. Es evidente que en la España de los 80 y los 90 era más complicado extender la expresión ''terrorismo'' a ciertos significados, pero ahora parece más sencillo porque no hay un claro referente que se encargue de recoger dicho contenido semántico en su totalidad.

Dicho de otra forma, en la España de las bombas lapa y los atentados en supermercados, llamar ''terrorismo'' a una pelea o a un simple acto vandálico era mucho más complicado.

No deja de ser chocante que con ETA fuera y sin matar, y sin ningún atentado de otro tipo desde hace varios años, no nos estemos dirigiendo hacia una sensación de que estar libre de terrorismo. Algo que debería ser bueno. Al contrario, resulta que en Altsasua lo que parece ser una pelea de bar se puede juzgar como un acto terrorista. Y no solo eso, sino que la palabra ''enaltecimiento'' se ha asociado tanto a ''del terrorismo'' que hoy en día si a alguien le acusa de lo primero se convierte casi en un cómplice de lo segundo. Y los casos concretos apuntan a que miles de cosas muy dispares pueden convertirse en ''enaltecimiento''. Famoso es el caso de los titiriteros o de los tuiteros.

Decía antes que para el segundo Wittgenstein, los usos de un concepto en un contexto comunicativo adecuado determinan el significado del mismo. Lo cual abre la pregunta: ¿se puede alterar el significado de un concepto voluntariamente? Los hechos a los que asistimos parecen contestar afirmativamente. Si la prensa, los políticos, sectores de la cultura popular (como humoristas, series de televisión, etcétera) y otros actores estratégicos configuran una nueva normalidad en el uso de ciertas palabras en ciertos contextos y con ciertos significados este puede extenderse.

Esto se ve con palabras más inocentes de una manera menos nociva pero no por ello menos ilustrativa. ¿Cuántas palabras dejan de significar, aunque sea parcialmente, lo que siempre significaban para tener un nuevo contenido semántico por el uso que le da un personaje de una serie popular?

De modo que el concepto ''terrorismo'', sin dejar de significar lo que siempre ha significado, está extendiendo su dominio semántico a otras palabras y situaciones que poco o nada tienen que ver con este término: chistes, peleas, pintadas, protestas, etcétera. Para nada digo que todos estos hechos no puedan constituir un delito o ser de cierta gravedad, pero sí afirmo que dudo que sean actos terroristas, como se está intentado hacer que parezcan.

El problema más grande que veo es que dicho desplazamiento semántico sí se está produciendo y además está surtiendo efecto, por lo que el significado no es, ni mucho menos, un referente ideal, ni siquiera lo más importante a la hora de configurar la realidad, ya que si así fuera, el contenido de las palabras estaría más asociado a las mismas de lo que en realidad está.

Para ir concluyendo, parece evidente que hay un intento por cambiar o extender el significado que engloba el concepto ''terrorismo'' a otros sectores que antes no caían bajo su peso. ¿Por qué? Aunque la respuesta parece obvia sería extenderme demasiado entrar en ella, pero por contestar de manera simple y clara: es una baza electoral que ha dado buenos resultados en el pasado y que ahora ha desaparecido por no haber ''terrorismo'' propiamente dicho (lo cual parece positivo para todos menos para ceritas personas).

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